martes, 20 de octubre de 2009

Encuentro inusual

Una tarde con viento. No me gusta salir pero el hambre me obliga. Son más de las nueve de la noche. Me pregunto si la panadería está abierta. Camino por la banqueta hasta la fuente del conjunto de edificios, desde allí se ve la luminaria, encendida. Continúo sola, este lado está lleno de polvo, la división entre las piezas de concreto que forman la banqueta son casi imperceptibles. Hace frío. Jalo el cierre de mi chamarra hasta que me llega al cuello. A mi izquierda todavía pasan algunos microbuses. No hay tráfico porque es domingo. Seguramente el pan ya casi se termina. Se abre la puerta de cristal al sentir mi presencia. Con una charola y unas pinzas recorro los estantes. Se han acabado los roles de canela y los bisquetes, sólo hay orejas, cuernos y bolillos. Me decido por una oreja. La caja está vacía, cosa rara, están por cerrar el local. Afuera siento el golpe del viento helado. La banqueta está más sola ahora. Una pareja de policías conversa afuera del Kentoqui. Siento temor y alivio a la vez, pero decido no pasar tan cerca de ellos y bajo la banqueta. Suelo caminar con la vista fija en el piso, no me gusta que me miren ni ver a nadie a los ojos, esta especie de intimidación me molesta, sin embargo, algo me hace levantar la vista. Más allá del árbol se ve la silueta de un joven que se acomoda una mochila en la espalda. Una figura humana sin color más parecida a una sombra, pero tiene materia, estoy segura. No quiero pasar junto a él. Bajo la vista y camino pegada a la orilla de la acera. Vuelvo a levantar la vista para averiguar la distancia que nos separa. Fue un segundo o dos lo que dejé de mirarlo. Ya no está allí. Se habrá escondido tras el árbol, pienso, quizá es un ladrón. Bajo la banqueta mientras sigo caminando, preferible que me atropelle un carro a que me coja un ladrón. Estoy cerca del tronco. Doy un paso más allá. No hay nadie tras el árbol. Volteo con ansiedad para ver si en algún momento cruzó la calle. No hay nadie en la acera de enfrente. Ni miedo ni sorpresa, sólo un ligero temblor me recorre el cuerpo. Mientras tomo el sorbo de leche masticando un pedazo de oreja, me pregunto qué llevaría este fantasma dentro de su mochila.

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