domingo, 15 de noviembre de 2009

A mor Z

Hoy parecía un sábado como tantos que habían pasado juntos después de 6 años. Él llegó en la madrugada, la esperó despierto, cuatro horas después ella abrió los ojos. Comenzaron a platicar. Él elaboró con esmero su primera frase, como suele hacer, para abrir los oídos de su mujer, con tanta dulzura que parecía el primer sábado que llegaba de madrugada. Ella lo miró adormilada. Él continuó, tejiendo frases que sabía le agradaban, pronunciando palabras que abrieran el ánimo de la mujer que estaba frente a él pero cuya atención se centraba en el sol que caía sobre el azulejo, traspasando las cortinas de gasa. Él no dejaba de mirarla a los ojos. Se le ocurrieron varias frases al aire que llamaron su atención. Ella se volvió hacia él y sintió hambre. Mientras preparaba su desayuno, él le contó lo que le había ocurrido el día anterior, y aquella voz a la mujer le pareció una música de fondo deliciosa. Después de comer, mientras ella encendía un cigarro, él con infinita paciencia asestó las sílabas que abrieron, otro día más, el corazón detrás de aquel rostro femenino que ahora lo escuchaba como hace la mujer de un hombre. Al final de la tarde, habían recorrido su abecedario, como cada fin de semana, aunque no del mismo modo. Él pronunciaba palabras que les daban forma de pareja, los construían como amantes, amorosos, maritados... sustantivos como ladrillos que a ambos les causaban risa y alegría; durante la tarde se diviertieron recorriendo su diccionario de dos bocas, voces al derecho y al revés, muchas repeticiones y nada escrito. Por la noche, sus miradas coincidieron en la palabra amor; descubrieron que ésta tiene más de cuatro letras nunca escritas en un mismo orden y cuyo peso aún no hay librero que lo soporte.

viernes, 6 de noviembre de 2009

El robo de la nada

Te levantas temprano, aprisa, hay que apurarse para ir al trabajo. Das la primera bocanada al cigarro, pruebas el café, vuelves una y otra vez al trago de café con humo, pensando que no hay peor manera de perder el tiempo tan escaso para ti en ese momento pero sin lograr remediarlo hasta que el cigarro casi se termina. Levantas los trastes que quedaron de la cena. Algo te sucede. Tu estómago se contrae cada vez con mayor frecuencia. Recuerdas haberte levantado a las tres de la madrugada, tragaste una pastilla para el dolor. Durante la comida te habías lastimado la encía al morder una tostada, se convirtió en abseso. También una pastilla de antibiótico. Comienzas a ver luces de colores y tu cabeza se constriñe, como empequeñeciendo con los segundos que pasan, ahora la sientes casi diminuta. Tu cuerpo se desvanece y se escucha un golpe seco, pero de esto ya no te enteras, un segundo después reaccionas ante el fuerte dolor arriba de la nuca. Estás en el suelo. Intentas levantar la cabeza para enterarte de las consecuencias del golpe. Las luces vuelven. Tu cabeza sufre otro espasmo. Habías vuelto a cerrar los ojos pero escuchas una voz: ¿Dónde te pegaste?, dice tu marido. En la cabeza. ¿Con qué? Con el piso. Trata de levantarte pero las luces se hacen más densas. Tus ojos se llenan de lágrimas eléctricas. Vuelves a caer al mismo sitio oscuro donde nada sucede, donde no hay vacío ni sustancia ni túnel, luz o visiones. Al despertar te das cuenta de que fuiste hacia ninguna parte y te preguntas si ese lugar sin lugar es sólo una antesala de la muerte o ella misma, si tocaste el purgatorio o la puerta del infierno; lo cierto es que el filo de una navaja oscura y fina partió tu vida y te robó un segundo. Esa negritud nunca antes concebida, imaginada o vista quedará en tu memoria; espacio sin espacio, negro sin abismos, estaticidad. Tocaste el filo de la realidad, la nada perfecta, caes en la cuenta de que la nada es palabra en la vigilia, y nada, esplendorosamente nada, en algún espacio de tu mente.

domingo, 1 de noviembre de 2009

Amor hasta los huesos

La ciudad queda vacía
pues los chilangos huyeron
ante la flaca que muere
de hambre por los que se fueron.

Vestida de chocolate
esconde su madurez
y sus huesos disimula
con disfraz de dulce tez.

Encuentra unos tortolitos
justo en medio de la plaza,
y más pronto que el olvido
la calaca los abraza.

En la banca que dejaron
suele escucharse un clamor:
"El que ame no se distraiga
con las mieles del amor".